LAS EDADES DE LOS LIBROS
Recuerdo los largos pasillos, las grandes y elevadas estanterías pobladas de libros, de enciclopedias por descubrir. Allí podía perderme feliz y risueño en el tranquilo sonido de las hojas leves acariciadas por las huellas de unas manos que no eran mías. El silencio me confortaba. Me invitaba a seguir la senda de las signaturas, de los tejuelos, y sobre todo de las cristaleras que albergaban bajo llave tanto obras antiguas como recientes imitaciones de alguna edición facsímil, valiosa a los ojos de los coleccionistas de discarios medievales. Era sin duda la biblioteca pública un lugar creado a la medida de mi afán juvenil e insaciable de conocimientos, a mi natural curiosidad por historias antiquísimas y por el descubrimiento de las sensaciones que un bello poema pudiera proporcionarme. Me gustaban también las obras dialogadas e incluso los largos monólogos de las lecturas teatrales que, para algunos, resultaban infumables fuera de un escenario. Mi interés por las ficciones