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Mostrando entradas de septiembre, 2018

Mandilín

MANDILÍN                                                                        Amapola de los campos,                                                                        tu belleza olvidada                                                                       desea teñir las nubes                                                                        de mi soledad amarga.                                                                       Cada pétalo es un sueño,                                                                        una semilla de escarcha...                                                                       Cada raíz es la tierra                                                                        firme de mis esperanzas. [Letra: Eva M. Miranda Herrero para el disco Tradiciones vivas (2017) de Carrión folk]                        El disco puede oírse en: https://open.spotify.com/album/7LjoD5AmtxwIFcQL4LWUZu

Bodegón

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     Me gustaría encontrar una palabra. Se desvaneció sin más una tarde de agosto en el reflejo dorado de tu mirada. Tus manos ágiles, esbeltas recorrían entonces todos mis recuerdos. Todas las ideas sublimes que nunca nadie ha pronunciado. Porque así es la música.      Por un instante cerré los ojos. Esperando. Intentando aprehender  tu imagen: una invitación abierta hacia la felicidad. Una pintura inexpugnable escondida en el arco de un violonchelo. Porque así es la música: una tónica sensible perdida en medio de nuestra cotidianidad.     Lo proclaman las calles pobladas de turistas conformando un euro-festival año tras año. Irrepetible. Impregnando los adoquines de las ciudades, distantes, cercanos, de nuevas leyendas que algún día las cuerdas plateadas de un violín recorrerán.       Lo saben las peñas, lo pregonan las galerías subterráneas de las bodegas, los muros inescrutables de las iglesias, los bajos relieves en miniatura de una maqueta surtida de tonos ocres, tostad

Aroma

  Pétalos derramados sobre la acera, fragmentos de celofán, puñados de tierra... A veces me pregunto qué es lo que siente una flor ¿Estará en su naturaleza marchitarse? De niño solía despertarme con los primeros rayos de sol. Entraban colándose por las rendijas blancas e inertes de mi cuarto poblando de vida las sombras que lo habitaban. Entonces, yo abría los ojos lentamente como si mis párpados rosados fueran a quebrarse. Mis manos entumecidas aún por el sueño se movían pesadas, muy despacio, restregándose en mis pestañas, mientras un olor a café molido y pan recién horneado se apoderaba de mis sentidos. Oía la voz dulce y frágil de mi madre cantando en el balcón una de esas dulces habaneras que tanto le gustaban. El agua caía goteando hasta el suelo desde las macetas en una armonía casi imperceptible que solo ella era capaz de lograr cuando regaba. Confieso que me encantaba observarla escondido en la penumbra de mi estancia en esas horas tan íntimas del día. Era increíble. Solo un

Todo aquello que no ves

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             He decidido detenerme. Simplemente pararme a contemplar la luz del nuevo día. Recuerdo muy bien el olor a azúcar quemada, el sabor a nata batida... La extraña sensación de querer acorralar el aire, de querer atrapar el humo del cigarro de mi padre, de querer alargar la noche más allá de lo establecido por las leyes relativas de la física... Por eso, camino despacio a través de las viejas calles mal empedradas de toda la vida. Intentando hacer un esfuerzo para no torcerme el tobillo cada vez que uno de los tacones de mis zapatos queda atrapado entre los adoquines. Intentando no quedarme tirada por el largo   paseo, que conduce a casa, en uno de esos bancos, mojados siempre por la lluvia. Preguntándome dónde he puesto las dichosas llaves del coche. Planteándome la posibilidad   de vaciar mi bolso en el mismísimo suelo. Y jurándome, una vez tras otra, que nunca más volveré a llevar conmigo tantas cosas inservibles. Por eso, camino despacio, porque me pesa el bolso, me due

Bici reservada

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Al final de la calle hay una estación con veintisiete bicicletas. Suelo bajarme del metro muy cerca de allí. Camino unos pasos. Me acerco a una base. Su color es azul. Alguien se me ha adelantado. Ya está reservada. Otra persona se la llevará esta misma tarde. Puedo imaginarla. Su mochila cargada de libros, sus cuadernos con anotaciones manuscritas y los dibujos en el margen no serán muy diferentes a los míos. Tendrá la mirada distraída y apurará al máximo su tiempo de llegada, su tiempo de salida, el tiempo que ya no tenemos. Seguro que estudia en el mismo campus que yo. Tal vez nos hayamos visto más veces. Incluso, nos podemos haber cruzado por los pasillos. ¿Quién sabe? Esa bici será suya, suya por esta vez. Supongo que da igual, pero suelo coger justo la bici situada en ese punto cada día. Eso me pasa por no llevar la aplicación en el móvil. Si lo hiciese ya la habría reservado. Pero no lo he hecho. ¿Acaso la tecnología de la estación es tan puntera como para eso? Supongo que

Orbis terrarum

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Me gustaría saber si en esta tarde de invierno llegaré a buen puerto, si cruzaré todos los caminos ennegrecidos por el uso de los años... –dijo el emisario en el siglo XVI mientras sostenía un mapa. ... Si en esta tarde de invierno revestirán mis manos el color encarnado de las azoteas, si seré capaz de rotular todos los espacios. -continuó un delineante mirando aquel pergamino varios siglos más adelante. ...De invierno se vestirán, hija mía, los árboles desnudos, pero hay cosas que no cambian nunca. –dijo una mujer entrando en la sala al acercarse a la primera vitrina de la exposición conmemorativa del primer plano conocido en el viejo continente.   Y aquella mujer llevaba razón.   Hay cosas que no cambian nunca. Lo sé porque a veces en mis sueños puedo escuchar de nuevo su voz unida a la de otras personas. Supongo que es una extraña sensación que me persigue desde la infancia: la de querer creer que existen señales antiguas, ocultas, que nos conducen hacia una especie de

El cañonazo

Cuando Martín ha salido esta mañana de casa solo se escuchó el leve sonido de una puerta al cerrarse. Sus pasos se alejaban por el pasillo de una forma imperceptible. Como si se tratará de una sombra. A las nueve de la mañana camina por las calles engalanadas de fiesta, donde se ultiman los preparativos. A las doce todo debe estar listo. Se escucharán charangas, se reavivará el fuego de las viejas tradiciones, todos llevarán la bota de vino y el pañuelo de cuadros azules en el cuello, la frente o la muñeca. Así que Martín anda un tanto inquieto. Lo cierto es que siempre suele ponerse algo nervioso la víspera del Día de la Función, que es como llaman los arandinos de “pura cepa” al domingo dedicado a la Virgen de las Viñas. Especialmente, cuando suenan las primeras dulzainas reclamándolo. Reclamándonos a todos los que amamos nuestra tierra. A Martín le gusta contemplar los globos que ostentan los niños en sus manitas ingenuas, el colorido de los puestos en la feria, port

Amanecer

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 AMANECER Cuando el alba llega a los campos y la luna juega a esconderse enmudecen todos los sueños y en tus ojos yo quiero perderme. He sentido el candor de tu abrazo. He sentido la luz de tu sombra. ¿Dónde estás ahora amor mío, cuando el sol y la luna se arropan? Este sol de la medianoche… Esta luz que despierta a solas… Este beso en los labios del cielo… Este amor que amanece en la aurora. [Eva M. Miranda Herrero, letra para el disco de Sube al árbol   de Carrión Folk, 2008] http://carrionfolk.com/

Descenso

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DESCENSO Baja en la tarde gris por las acequias y no encuentra un lugar donde refugiarse de la lluvia. A veces, el río la espera desde su orilla, lento, albergando cada gota en su cauce turbio. Ella encuentra,   entonces, su remanso. La blusa nívea   desciende suave y húmeda por sus manos dejando paso, después,   al blancor de las enaguas, cuando sostienen tímidamente la falda sobre las escaleras. Allí a quince metros del suelo, donde los antiguos rumores de las viejas murallas hicieron caer los últimos vestigios de sus pobladores,   allí a orillas del río, ella encuentra su remanso. Galerías, laberintos medievales, subterráneos, pasadizos... solo paredes centenarias, solo gargantas profundas escondidas tras el empedrado de las calzadas. Los cueros de uvas fermentadas, las cubas que albergan la cosecha...   No es el mejor momento para andar cruzando las bodegas cuando en el descenso las velas se apagan.                                                        

Primeras impresiones

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  Aquel hombre permanecía inmóvil junto a la cortina. Sus labios dejaban entrever cierto halo de timidez, pocas palabras y una voz profunda, atractiva... Aquel hombre permanecía inmóvil, con sus negros zapatos relucientes, la raya del   negro pantalón intacta, la camisa grisácea cuidadósamente almidonada, al margen de la conversación, como si nada le interesara. De vez en cuando, cambiaba su rictus de amargura por una encantadora expresión de complicidad dirigida tan solo a un par de personas en la estancia, mientras la luz tenue   de la lámpara parecía resbalar por su mejilla.   Daba lentas caladas a su cigarrillo, para perder su mirada turbulenta entre el humo. Después sus ojos aguamarina se alejaban atravesando la calle, como quien intenta reconstruir las páginas de un viejo manuscrito. Había, sin embargo, en su rostro moreno y curtido por la brisa un resplandor extraño, una calidez entrañable que le distanciaba de los otros...Una sensibilidad en la forma de alargar el brazo,

Al borde del camino

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AL BORDE DEL CAMINO A mi familia Nadie puede verte ahora. Nadie puede alcanzarte. Los espectadores os van abriendo el paso. ¡Vamos, vamos! ¡Rápido! Sientes poco a poco que flojean las piernas. Debe ser el cansancio que parece apoderarse de cada músculo, de cada articulación. Es la subida. Pero te das cuenta de que todo es efímero y pasajero. Estás al borde del camino. Cuesta no pararse a pensar. Cuesta seguir adelante, afrontar el reto. La meta está en el horizonte. Eres tú. Es el paisaje que anhelas recorrer: sus lagunas cristalinas, sus recovecos salvajes, los senderos frondosos que nunca imaginaste… Están ahí fuera, esperándote.   No lo pienses más. Coge esa bici por el manillar y lánzate con ellos a los caminos con una sonrisa en los labios. Eso sí, que sea una sonrisa sincera, de esas que salen al apretar los dientes. Se asoman entre los labios y nos cautivan a todos. Por su valor, por su fuerza, por su garra… Esfuérzate un poco. Un poco más. Ya falta menos para el p