Todo aquello que no ves


            He decidido detenerme. Simplemente pararme a contemplar la luz del nuevo día. Recuerdo muy bien el olor a azúcar quemada, el sabor a nata batida... La extraña sensación de querer acorralar el aire, de querer atrapar el humo del cigarro de mi padre, de querer alargar la noche más allá de lo establecido por las leyes relativas de la física...
Por eso, camino despacio a través de las viejas calles mal empedradas de toda la vida. Intentando hacer un esfuerzo para no torcerme el tobillo cada vez que uno de los tacones de mis zapatos queda atrapado entre los adoquines. Intentando no quedarme tirada por el largo  paseo, que conduce a casa, en uno de esos bancos, mojados siempre por la lluvia. Preguntándome dónde he puesto las dichosas llaves del coche. Planteándome la posibilidad  de vaciar mi bolso en el mismísimo suelo. Y jurándome, una vez tras otra, que nunca más volveré a llevar conmigo tantas cosas inservibles. Por eso, camino despacio, porque me pesa el bolso, me duelen la espalda, la  cabeza, las dos copas de más que tomé en uno de esos bares de mala muerte con los compañeros del trabajo, el sueño, mis descuidos, todo lo que no recuerdo...
Alrededor de las siete y media empiezo a escuchar el murmullo de una bandada de  pájaros. El sol nos muestra tímido sus primeros rayos. Bebo ansiosa el agua de una de esas fuentes en las que puedes observar con toda claridad las ojeras en tu rostro. Bostezo. Vuelvo a bostezar. Levanto los ojos simplemente para contemplar la luz del nuevo día, para atrapar, pese a todo, la belleza de este breve instante...
La ciudad está preciosa a estas horas. Todo es silencio. Algunos pasos... Algún automóvil... Los barrenderos parecen figuras recortadas en el horizonte...
Si te fijas bien en la imagen, puedes ver que tengo el pelo revuelto. Mi ropa está manchada por la suciedad de los charcos. Pero, aun así sonrío, como si me hubiese olvidado de todas mis quejas, como si no me doliesen las ampollas en los dedos del pie derecho.
Y, es que en el fondo, aunque a veces tenga esa extraña sensación de pérdida o de cansancio, siempre he creído tener la oportunidad de poder alcanzarlo todo. Tal vez venga de ahí mi afición a guardar en mi bolso todo tipo de objetos: barras de labios, bolígrafos, chocolatinas, un cepillo de dientes, los botones de alguna camisa, un par de paquetes vacíos de tabaco... Y, como no, una de esas cámaras digitales que te permiten capturar el momento, aunque a veces sea tan solo un reflejo.
Supongo que esa es la razón de que siempre haya sentido una gran afición por la fotografía. Y que de todas las instantáneas que poseo esta sea mi favorita.

Imagen: INTEF

[Eva M. Miranda Herrero, Aranda Siglo XXI, febrero 2003]

Comentarios

  1. La narración comienza con un propósito "he decidido detenerme", y se cumple porque se detiene minuciosamente en un transcurrir proustiano de esas primeras horas del día que tanto prometen.

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    1. "En busca del tiempo perdido" que no conseguimos atrapar más que a través del arte.
      Gracias por el comentario

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