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Mostrando entradas de diciembre, 2018

Con la punta y el tacón

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  CON LA PUNTA Y EL TACÓN He bordado hoy tu nombre en el mandil de la tarde, y en el cielo las estrellas han venido con su baile... Con la punta y el tacón a tu casa hemos llegado al son de la media noche, fíjate si hemos bailado. Con la punta y el tacón va tu cántaro a mi fuente al son de la media noche, baila niña si te atreves... A la lumbre y al candil los encienden tus miradas. Ojalá que me quisieras como quieren tus palabras Con la punta y el tacón a tu casa hemos llegado al son de la medianoche, fíjate si hemos bailado. Con la punta y el tacón va tu cántaro a mi fuente al son de la medianoche baila niña si te atreves... Mira niño, mira niño, no me hables de amor que los mozos de Villada ya me sacan el color. Con la punta y el tacón va tu cántaro a mi fuente al son de la media noche, baila niña, si te atreves Con la punta y el tacón allá va la despedida, al son de la medianoche este baile se termina. Letra: Eva M. Miranda Herrero Música: C

San Silvestre

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Un poco de carmín aquí, algo de maquillaje allá. Ese sombrero de copa algo roto y arrugado, que tenías guardado en el armario desde hace ya tantos, tantísimos, años que ni lo recuerdas cubriendo la cabeza. Bajo él se asoma una peluca de un rojo descolorido. Es el atuendo último del año: una bata vieja a cuadros, un pijama verde de hospital, unos guantes negros de boxeo, zapatillas deportivas, y a correr. Así termina el 2007 por las calles heladas, zancada a zancada entre las vallas amarillas que delimitan los márgenes de un camino, ya andado, de un mundo por recorrer. Tras el vendrán el champán, la cena copiosa. Campanada a campana despediremos las idas y venidas del año, mas ahora con la mente llena de deseos, de nuevos senderos que recorrer. Uva a uva la emoción del año que nace se desliza garganta abajo. Los sueños que perseguimos se mezclan con los recuerdos más preciados. Unas veces nostalgia, otras, esperanza, otras veces simplemente la sensación de disfrutar del instante n

Santos Reyes

Han pasado ya varias semanas de las manifestaciones en la Ribera del Duero y en la Sierra de la Demanda, en este último caso con Salas  de los Infantes a la cabeza, contra los recortes en Sanidad en el medio rural, y no es broma.  Dicen que sin población no hay servicios, pero sin servicios estamos potenciando la despoblación, contra la que se supone luchan las administraciones públicas... Releo este artículo de hace una década, y me doy cuenta de que la vida parece una inocentada que se repite en el tiempo: SANTOS REYES         Una sola voz... Un solo camino... Entre la multitud el mundo parece trasformarse. Parece posible que las palabras cobren forma, que las huellas de nuestros pasos sean tantas, tan innumerables...             Todos los años escribimos a los Tres Magos de Oriente una carta por estas fechas, conservando la ilusión de que las palabras pueden llegar lejos, creyendo que nuestras peticiones serán al menos leídas en algún rincón del lejano Oriente, como si n

Nacimiento de corcho y madera

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Y llegó el tiempo de las colaciones... Los carteros, los serenos, los guardias de circulación recibían así el agradecimiento de sus vecinos. También los niños andaban de cabeza, de puerta en puerta, de aguinaldo en aguinaldo. No había guirnaldas. Ninguna luz de colores iluminaba sus rostros infantiles. Eran tiempos de escasez. A veces patinaban por las orillas del Duero o bajaban la cuesta en un trineo de cartón. Es como si pudiésemos volver a verlos jugando entre la nieve con los dedos congelados por la dureza del frío de diciembre, recabando higos, castañas, uvas, pasas, y alguna que otra mandarina, con ilusión inusitada. Después al regresar al hogar dejaban estos pequeños tesoros en la mesa de la cocina. Así se quitaban en tapabocas, el gorro de lana, los guantes, el abrigo... Se acercaban todos juntos a la misa del gallo. Mientras nosotros esperábamos dormidos, colocados en las alacenas del comedor. Tarde o temprano alguien dejaría a medio terminar la última partida de br

Dulce carbón

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Vivíamos en el primero. Él subía siempre por la escalera. Los tablones sonaban rotundos a su paso. Nunca le gustaron los ascensores, pero se las ingeniaba para meter la carga dentro y enviarla escaleras arriba. Era muy rápido. Hoy recuerdo sus manos. Aún parece que las contemplo ennegrecidas por el paso de los años y el trabajo. En la derecha le faltaba un dedo. Se lo habían amputado hacia algún tiempo por culpa de un desgraciado accidente con un petardo, según creo. A veces intento imaginar su cara fatigada, pero sus rasgos se van difuminando, se vuelven negros como el humo ascendiendo por la chimenea. Sin embargo, aún puedo sentir el olor a leña recién cogida ardiendo con el carbón en el fogón de la cocina. Su calor era un regalo dulce para combatir el duro invierno. Por eso, al llegar estas fechas me acuerdo del carbonero. Recuerdo que a medida que se aproximaba la Navidad las amenazas sobre mi comportamiento infantil iban tomando la forma del carbón de caramelo. Yo intentaba