Dulce carbón


Vivíamos en el primero. Él subía siempre por la escalera. Los tablones sonaban rotundos a su paso. Nunca le gustaron los ascensores, pero se las ingeniaba para meter la carga dentro y enviarla escaleras arriba. Era muy rápido. Hoy recuerdo sus manos. Aún parece que las contemplo ennegrecidas por el paso de los años y el trabajo. En la derecha le faltaba un dedo. Se lo habían amputado hacia algún tiempo por culpa de un desgraciado accidente con un petardo, según creo.
A veces intento imaginar su cara fatigada, pero sus rasgos se van difuminando, se vuelven negros como el humo ascendiendo por la chimenea. Sin embargo, aún puedo sentir el olor a leña recién cogida ardiendo con el carbón en el fogón de la cocina. Su calor era un regalo dulce para combatir el duro invierno. Por eso, al llegar estas fechas me acuerdo del carbonero.
Recuerdo que a medida que se aproximaba la Navidad las amenazas sobre mi comportamiento infantil iban tomando la forma del carbón de caramelo. Yo intentaba imaginarme a los Reyes Magos subiendo el negro carbón hasta el primero. Escaleras arriba, con las manos tiznadas y la sonrisa en los labios.
Lo cierto es que aún hoy me doy cuenta de que en mi casa hubo siempre todo tipo de regalos, de trenes diminutos, de barcos y muñecas, sombreros del Oeste y juegos de enfermera, pero no hubo carbón dulce.
Una vez tuve ocasión de probarlo en casa de una amiga y su sabor me pareció un tanto decepcionante, aunque algo menos que el algodón de caramelo que venden año tras año los feriantes. Son los misterios del azúcar premio y castigo, cielo e infierno.
Ahora estoy aquí. Contemplo el escaparate decorado por un pastelero: arriba los Reyes de Oriente en versión tres chocolates, abajo una tableta de turrón desangelada, más allá un roscón preparado para el 6 de enero. En aquella esquina recóndita se esconde de la luz un trocito de carbón negro, esperándome. Me gustaría creer que no me lo merezco. Pero la perfección es igual que lo inalcanzable, igual que las estrellas fugaces. La perfección es tan solo un sueño. Una canción a la deriva en la voz de un marinero. Algo así como la ilusión reflejada en los ojos de los inocentes.
Me conformo con iniciar mi año colmando mi mente de esperanzas derrotadas, sabiéndome pequeña. Siento que con el calor de los que me rodean mi carga será dulce y llevadera. Y es que no hay mejores Reyes que nuestros seres queridos, los que nos abrazan en medio de nuestras miserias y nos regalan su cariño año tras año.

   Imagen: C.A.M.


[Eva María Miranda Herrero, Diario de Burgos Edición de la Ribera 2006]

Comentarios

  1. Precioso y emocionante relato. Gracias por compartirlo. ¡Feliz Navidad!

    ResponderEliminar
  2. Qué figura tan entrañable la del carbonero, tanto para los que lo hemos conocido vendiendo el carbón por las casas como también para los más pequeños que en algunos lugares se ha revitalizado en el personaje del olentzero ( el carbonero mitológico de la tradición navideña vasco-navarra).

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Con la punta y el tacón

El color cobrizo de los viñedos