Bici reservada


Al final de la calle hay una estación con veintisiete bicicletas. Suelo bajarme del metro muy cerca de allí. Camino unos pasos. Me acerco a una base. Su color es azul. Alguien se me ha adelantado. Ya está reservada. Otra persona se la llevará esta misma tarde. Puedo imaginarla. Su mochila cargada de libros, sus cuadernos con anotaciones manuscritas y los dibujos en el margen no serán muy diferentes a los míos.
Tendrá la mirada distraída y apurará al máximo su tiempo de llegada, su tiempo de salida, el tiempo que ya no tenemos. Seguro que estudia en el mismo campus que yo. Tal vez nos hayamos visto más veces. Incluso, nos podemos haber cruzado por los pasillos. ¿Quién sabe? Esa bici será suya, suya por esta vez. Supongo que da igual, pero suelo coger justo la bici situada en ese punto cada día. Eso me pasa por no llevar la aplicación en el móvil. Si lo hiciese ya la habría reservado. Pero no lo he hecho. ¿Acaso la tecnología de la estación es tan puntera como para eso? Supongo que me gusta ir a la aventura.
Me aproximo a la siguiente, la primera y a la vez la última. Depende de cómo se mire. Una luz verde me indica que puedo tomarla. La libero de su anclaje. Ando unos pasos, cojo carrerilla y ya estoy dando pedales. Allí empieza y termina el único carril bici decente de toda la ciudad. El único en el que cambiar la parada de autobús por la bici es siempre una buena elección, excepto en los días de lluvia.
Paseo cerca de la vereda. Los árboles me arropan. El rumor de sus hojas en contacto con el viento me resulta muy agradable. Alguien me sigue. Puedo sentirlo. Puedo oír su respiración. ¿Debería tener miedo por ir sola a estas horas? Sinceramente, no. No lo tengo. Nadie debería tenerlo en ningún lugar del mundo. Me apena saber que eso no es así.
¿Será la bici reservada? La persona que la conduce parece casi de mi edad. Creo que disfruta del paisaje tanto como yo. Va a mayor velocidad. Me adelanta. Lleva la cartera abierta. Una hoja se desliza. Cae. Resbala. No sé, si será importante. Sin embargo, freno, paro y me agacho rápidamente a recogerla.
Es una hoja cuadriculada con un ejercicio aún no resuelto, con un nombre y un curso. La letra es bastante legible. Hay varios tachones y cuatro acentos mal puestos. Me siento en un banco cercano. Me concentro. La resuelvo en apenas veinte minutos. Hoy llegaré otra vez tarde, pienso. Levanto la cabeza.
¡Has regresado!”, le digo. “Cambio problema resuelto por café cortado”, me contesta. Se apea. Me mira. Sonríe. Hablamos un rato. Y aquí estamos, casi al final del carril bici despejando la incógnita de algo que aún ni siquiera ha comenzado.
Eva M. Miranda Herrero





Comentarios

  1. Qué tendrá una bicicleta que tanto inspira a algunos autores, Me viene a la memoria también "Mi querida bicicleta" de Delibes. La bicicleta y el amor , un binomio compatible.

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  2. Un gran referente a para todos nosotros, sin duda.

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