Primeras impresiones


  Aquel hombre permanecía inmóvil junto a la cortina. Sus labios dejaban entrever cierto halo de timidez, pocas palabras y una voz profunda, atractiva... Aquel hombre permanecía inmóvil, con sus negros zapatos relucientes, la raya del  negro pantalón intacta, la camisa grisácea cuidadósamente almidonada, al margen de la conversación, como si nada le interesara. De vez en cuando, cambiaba su rictus de amargura por una encantadora expresión de complicidad dirigida tan solo a un par de personas en la estancia, mientras la luz tenue  de la lámpara parecía resbalar por su mejilla.

  Daba lentas caladas a su cigarrillo, para perder su mirada turbulenta entre el humo. Después sus ojos aguamarina se alejaban atravesando la calle, como quien intenta reconstruir las páginas de un viejo manuscrito. Había, sin embargo, en su rostro moreno y curtido por la brisa un resplandor extraño, una calidez entrañable que le distanciaba de los otros...Una sensibilidad en la forma de alargar el brazo, en la manera de reflejar las cosas, en sus palabras breves y penetrantes...

  Su cabello castaño se inclinaba levemente a causa del viento que entraba por una pequeña abertura entre los ventanales. Era un hombre alto  y corpulento que se sonrojaba fácilmente. Un hombre de esos que van apoyando su espalda en las columnas y parecen sostener el mundo. Un hombre con cierto aire misterioso e interesante, con manos de pianista y pies de plomo.

  Un hombre solitario. Al fin y al cabo, el hombre del que se enamoró tu madre, hace ahora cinco años. Aquel hombre que permanecía inmóvil junto a la cortina.


                                                                                 [Eva M. Miranda Herrero, publicado en Aranda Siglo XXI, mayo de 2004]







Comentarios

  1. Espléndido microrrelato y generoso al presentarnos un completo retrato de ese caballero anónimo que me lo estoy imaginando pintado en un gran cuadro al óleo.

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