Bodegón


     Me gustaría encontrar una palabra. Se desvaneció sin más una tarde de agosto en el reflejo dorado de tu mirada. Tus manos ágiles, esbeltas recorrían entonces todos mis recuerdos. Todas las ideas sublimes que nunca nadie ha pronunciado. Porque así es la música.
     Por un instante cerré los ojos. Esperando. Intentando aprehender  tu imagen: una invitación abierta hacia la felicidad. Una pintura inexpugnable escondida en el arco de un violonchelo. Porque así es la música: una tónica sensible perdida en medio de nuestra cotidianidad.
    Lo proclaman las calles pobladas de turistas conformando un euro-festival año tras año. Irrepetible. Impregnando los adoquines de las ciudades, distantes, cercanos, de nuevas leyendas que algún día las cuerdas plateadas de un violín recorrerán.
     Lo saben las peñas, lo pregonan las galerías subterráneas de las bodegas, los muros inescrutables de las iglesias, los bajos relieves en miniatura de una maqueta surtida de tonos ocres, tostados y sienas.
      Ahora abro, de nuevo, los ojos. Saboreando cada pieza tendida sobre una mesa de oscura madera: puntillas bordadas de blanco, arcos e instrumentos de cuerda.
   Por eso, al mirar una tela queda inmóvil nuestro pensamiento. Atrapado en el cuadro de la inmensidad. En un lugar donde no hay otra música más tenue que el silencio. Porque así es la música: un bodegón de notas partidas por los hilos de los tiempos.

     [Eva María Miranda Herrero, Aranda Siglo XXI, 2005]

Imagen: wikipedia



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