Cosas nuestras
Era la primera vez
que pronunciaba aquella frase que tantas y tantas veces había escuchado en los
labios ajenos. Siendo una chiquilla pensaba que ese par de palabras dotaba a
los adultos de una autoridad que ella no alcanzaba muy bien a comprender, pero
que aceptaba de un modo casi intuitivo.
Tras ese sintagma de función indeterminada
se ocultaba una realidad inexplorada de la que se veía excluida. Con el paso de
los años había aprendido a identificar aquellos fonemas con una especie de tabú
mágico y misterioso asociado, unas veces, a una complicidad íntima entre dos
personas, y, otras, a un dolor indescriptible.
Solía recordar un día de lluvia en el que
un joven alto y apuesto se ofreció a acompañarla a casa, pese a la prohibición
paterna de hablar con desconocidos. Rememoraba su primer beso exento de toda
malicia, la sensación de sentirse protegida de todo mal, la ilusión con que se
tomaban una taza de café a la salida de clase todos los jueves por la tarde, la
delicada forma en que la cogía de la mano... Al fin y al cabo eso eran cosas
suyas, cosas con el poder de subsanar la desgarradora decepción de la primera
bofetada que le propinaba la vida.
Había aprendido a recibir ordenes.
Intentaba tener la comida a la hora, la casa recogida... Procuraba ir siempre a
la moda. Eso sí, nada de escotes, nada de minifaldas ni de ropa excesivamente
llamativa. Su pobre marido la amaba con tal extenuación que no había que darle
motivo alguno de sufrimiento. Era tan celoso de sus cosas...
Sin embargo, todo fue cambiando de forma
accidental. Cuando al caer por las escaleras casi pierde a su segundo hijo, se
dio cuenta de que no siempre había sido tan torpe. Era algo que no podía negar.
Se sentía totalmente indefensa. No había nadie allí que pudiera cuidar de ella.
No podía abandonar su casa ¿A dónde ir? Nunca había tenido tanto miedo...
Todo ocurrió casi sin saber cómo. Era un
día cualquiera. Estaba haciendo la lista de la compra y comprendió que no había
una marca de maquillaje capaz de cubrir viejas y nuevas heridas. No podía
seguir dejando al margen la idea de que aquel respetable padre de familia, por
el que había sentido una debilidad y un amor irremediable, acabaría antes o
después cumpliendo sus últimas palabras: “cosas nuestras”.
Eva M. Miranda Herrero, publicado en Aranda Siglo XXI, febrero de 2004
¡Con qué fuerza y a la vez sutileza expresa la autora las desgarradoras huellas del íntimo sufrimiento oculto y anónimo en las cosas nuestras!
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