Cuatro piedras
Esta mañana he contemplado una
casa derruida. Uno de esos solares en los que sobreviven un viejo colchón
desvencijado, una muñeca de porcelana medio rota, una silla de paja, un cuadro
torcido, caído de una pared...
Me
he preguntado cuantas veces he visto algo así; supongo que muchas: desde bodegas hasta rascacielos. Sin ir más lejos
en el monasterio de San Pedro de Arlanza, camino de la Sierra de la Demanda vi
hace algunos años una de esas imágenes, salvando, por supuesto, siempre las
distancias –aunque las obras de restauración parecen ir poco a poco
rescatándolo de convertirse en ese polvo errante que repuebla las dunas
desérticas de las tierras estériles y áridas.
¿Qué
pasará con mi casa dentro de dos mil años? ¿Vendrán de nuevo los romanos a reclamarnos el anfiteatro de Clunia
Sulpicia, con otros rostros, con otros labios? ¿Qué será de Santa María de
Aranda? ¿Del Palacio Ducal de Lerma? ¿Qué del castillo de Peñaranda? ¿ o de la
tienda de la esquina?, salvando, por supuesto, las distancias entre edificación
y edificación.
Y,
es que por cada letra que lees, se erosionan lentamente los pináculos de las
catedrales, y se hunde poco a poco en el recuerdo el hogar de alguien.
Sin embargo, parece que no hay
suelo donde construir. Ni a veces edificios a los que salvar, porque los
tramites de rehabilitación, por parte de la administración son muchas veces
como las obras del Escorial, demasiado lentas. Y, además, se me olvidaba que en
Castilla no tenemos historia, ni poseemos otra lengua con la que protestar.
Porque la historia es solo el privilegio de los que se la inventan.
Porque
no somos héroes. Porque la tierra que habitamos nunca nos perteneció de veras.
Porque las piedras se desmoronan a nuestro paso en los caminos o en las
carreteras. Porque no creo en los actos de socialización que acaban en un coma
etílico como acto de protesta. ¿A qué vamos a esperar?
Ahora
estamos aquí, unas líneas más abajo porque no pensamos como catarsis
generalizada en cómo salvar la poca dignidad que le queda al vecino de al lado,
cuando nos habla del tiempo en el ascensor, intentando ser amable y nosotros le
miramos de reojo, pensando que es un pesado. ¿Por qué no somos un poco más
humanos y en vez de buscar la excusa perfecta, nos hacemos responsables de lo
que somos, de nuestras cuatro piedras, de nuestro lechazo asado, de
nuestros ríos, de nuestras vías férreas...? En definitiva, de ser más
respetuosos con nuestro pasado: ese que vive en nuestra Ribera.
Eva M. Miranda , publicado en [Diario de Burgos Edición de la Ribera 2006]
Un texto que intenta sensibilizarnos sobre nuestro patrimonio siempre es válido, ayer, hoy y mañana, porque son tantos los desmanes que se producen con las piedras que ¿si estas hablaran! nos llevaríamos las manos a la cabeza.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho la frase llena de ironía " la historia es solo el privilegio de los que se la inventan". Un tratado se podría escribir sobre esta idea.
Y más en los tiempos que corren...
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