Donde los trenes salen y entran
DONDE LOS TRENES SALEN Y ENTRAN
Cuando vuelves la vista atrás es difícil guardar las
distancias, sentir que todo volverá a pasar ante nuestros ojos como si nada
hubiese ocurrido. Y, es que, entonces, el presente parece perder su encanto,
esa magia de lo nuevo, de lo que está aún por venir.
Las calles en
ese momento empiezan a llenarse de arena seca en los meses estivales, de barro
en invierno. Las puertas de las casas permanecen abiertas. El sereno vela en la
noche silenciosa y desierta. En una taberna próxima dos hombres cierran un
trato: uno vende, el otro compra una tierra. Saben que su palabra valdrá más
que ningún otro papel sellado. Un apretón de manos cierra la escena. Nada
perturbará esa quietud.
Pasan los años
con ellos aparecen nuevas aceras, calles asfaltadas. Las fábricas nacen como la
esperanza de un nuevo desarrollo en la Ribera. Los arandinos han cedido sus
tierras. Los trenes salen, los trenes entran. Sus hijos tendrán un futuro.
Nos acercamos
un poco más en el tiempo. Los portales cerrados a cal y canto. Santa María de
Aranda se desmorona por un costado. Autobuses de estudiantes parten hacia otras
ciudades. Ese será el primer paso. Un camino lleno de posibilidades a medias.
Unos podrán regresar, vivir con sus padres hasta los treinta. Otros podrán
continuar sus vidas en otros lugares donde los trenes salen y entran.
Algunos amarán su tierra, educarán a sus hijos
en el respeto a la palabra dada, en el valor y antigüedad de las leyendas que
nacieron casi hace tanto como las galerías subterráneas que conforman nuestras
bodegas. Otros negarán los actos vandálicos de sus hijos y premiarán con
numerosos regalos la más mínima rabieta, porque el decir no en los
tiempos de abundancia siempre ha costado más que en los tiempos de miseria.
Porque decir no a la falta de respeto y a la ignorancia, supondría
reconocer que nuestra palabra ya no vale nada, que no queremos compartirla
comiendo todos juntos entorno a una misma mesa, supondría reconocer que nos
ausentamos de la vida de aquellos a los que decimos amar con todas nuestras
fuerzas.
Aún así todavía creemos en que es posible que
algún día seamos responsables de nuestras palabras, porque entonces seremos
también responsables de nuestros hechos.
Cómo cambian las ciudades, las personas, las cosas. El tiempo pasa y las costumbres y los valores se trastocan. Las personas tienen que adaptarse a los nuevos tiempos. Es lo que hay. se dice ahora. Percibo cierto pesimismo en los cinco primeros párrafos y me alegra que el último cambie de tercio y deje una gran puerta abierta al optimismo.
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