Nieva
Soy feliz. Puedo derramar las lágrimas más profundas, perder los estribos
durante unos minutos, sentir por un momento el dolor y la furia de los otros;
más nadie podrá robarme lo que soy ni lo que siento al abrir los ojos muy
despacio cada mañana.
Mis manos sujetan tibias una taza de café. Lentamente estiró el cuerpo
entumecido. Me pierdo entre los blancos copos del desayuno.
Afuera, las carreteras andan desiertas. Los transeúntes se aferran al
calor de las bufandas y a la proximidad de sus lugares de destino. Aceleran el
paso tanteando cualquier posibilidad de una caída.
Levantarse de la silla del comedor no será fácil entonces. Así que recojo
la mesa con cuidado. Camino hacia la puerta de salida, donde me aguarda el
perchero. Me atavío: primero, el abrigo de pana; después, el chal, los guantes
de lana, el gorro rojo que me regalara mi abuela... Luego un beso.
Soy feliz. Supongo que necesito muy poco para serlo. Me vale con
contemplar la hermosura de una sonrisa, la belleza de una palabra amable, el
alegre despertar de la inocencia en su mirada. Mientras... nieva.
[Eva M. Miranda Herrero, publicado en Aranda Siglo XXI, 2005]
¡Qué relato tan tierno y de una gran sencillez en el léxico utilizado, pero a la vez tan delicado que emociona!
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