Abajo en las cucañas


A veces tengo una extraña sensación cuando se asoman estas fechas. No sé. Es algo así como la impresión de que no es imposible viajar al pasado. Entonces se suceden en mi mente una rauda colección de imágenes de aquellos años infantiles en los que septiembre estaba ahí, al borde del calendario con su toro de fuego desbordando a las gentes de las aceras. Solía subir las escaleras de las galerías de la Calle Isilla dejándome llevar por esa emoción que las llamas suelen asociar a los rituales ancestrales. Podía escuchar el latir de mi corazón fuerte, joven… Y sí, aferraba con fuerza mi manita a la de mi madre. Y, sí, creía que solo ese gesto podría protegerme de todos los peligros, de todos los misterios de la vida, aún por descubrir.

Años más tarde corría calle abajo. No debía llegar tarde a la esquina de la plaza. El momento justo, el lugar elegido: el cañonazo. Fue supongo la adolescencia una etapa en la que convertirse en un mundo por descubrir, en un lugar inexplorado. Tal vez, por eso, me gustaba bajar a la orilla del Duero e imaginar mis pies desnudos impregnándose de grasa y de agua. Siguiendo los pasos de todos aquellos que lucharon alguna vez en la vida, que caminaron por la delgada línea que deja entrever la silueta de una cucaña sobre el río. Pero yo era tan solo una muchacha adolescente.

Este septiembre que se avecina con su aire de charanga taurina y su procesión de peñas y conciertos, y bajadas… Este septiembre inexplorado llega pleno en su madurez. Preguntándose sobre los hijos que acompañaremos al tiovivo, sacados de un poema de Fiestas de Aranda en Verso de algún poeta de la tierra pensando que con las palabras también pueden apoyarse causas justas, cuando las fiestas y la solidaridad se unen.

Mientras seguiremos en las bodegas del recuerdo porque eso es lo que nos hace ser los dueños de nuestro destino. Aunque no sé si más libres o más esclavos de nuestros caprichos. Porque algunos creemos que las fiestas deberían unirnos tanto que las calles valiesen la pena, lo suficiente para nosotros, los que amamos nuestra tierra para cuidar de ellas durante estos días y noches de gloria. Porque cuando acudamos al entierro de la sardina como todos los años, seremos más arandinos que nunca si las estatuas siguen en pie, y los parques y las plazas siguen siendo lo que eran.

Abajo en las cucañas…Este septiembre que se avecina por la delgada línea del recuerdo, que podría protegernos de todos los peligros, de todos los misterios por descubrir.

[Eva M. Miranda Herrero, Diario de Burgos Edición de la Ribera, 2006]



Comentarios

  1. ¡Cuántos sentimientos vividos en épocas contrastadas de la infancia y la adolescencia empapan esos recuerdos tan, tan arandinos que se pueden interpretar como apología ! ¿no? Además la idílica fotografía ilustrativa refuerza, sin duda alguna, lo narrado.

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    1. Lo cierto es que se cuando se publicaron por primera vez tenían la frescura del tiempo en que se publicaban, pero ahí están...

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