Fuego pagano



Esta noche no encuentro palabras. Me gustaría `poder creer. Sí, creer en alguna de ellas. Especialmente, a veces,  cuando las escuchó en torno al fuego pagano de San Juan y tengo la sensación de que podrían cobrar realidad. De que podrían cumplirse las utopías y los sueños. Y es que me gustaría creer. Creer que el fuego estival nos purificará del día a día, de todos esos ires y venires cotidianos. Como si pudiésemos olvidar quienes somos, meter nuestro futuro en una maleta y acabar con los pies desnudos sobre la costa, sin pensar absolutamente en nada: ni de dónde venimos, ni a dónde vamos.

Es como si al contemplar el sol ardiente pudiésemos alcanzar todas las respuestas a esas preguntas que nunca nos hubiésemos planteado. Porque somos más fuertes, más rápidos y nada ni nadie podrá nunca menoscabar nuestros sentimientos. Porque hace mucho que nada puede herirnos.

Sin embargo, para otros, el calor estival será una especie de retorno. Una vuelta a la tierra, a unos orígenes cada vez más lejanos y a la vez más presentes que nos recuerdan que somos nómadas, peregrinos sobre la tierra. Así llegará julio y recorreremos todas las distancias hasta Santiago, todas las iglesias románicas y góticas, todos los paisajes bellos.

Llegará agosto y las administraciones estarán cerradas a cal y canto. Las calles se llenarán de verbenas nocturnas, de conciertos en  pueblos y villas de la zona. Todo será un trasiego de coches. Convertidos en feriantes, pisaremos tierra firme porque septiembre estará cerca. Nos traerá una cosecha de uva fresca. Y escanciaremos el mosto del verano, pensado en todo lo que no hemos hecho, en todos los kilómetros que no hemos recorrido.

Pero ahora estamos aquí. Atrapados en nuestros propios planes, creyendo nuestros propias historias de hadas, contándonos nuestros propios cuentos, sabiendo que en el fondo de nosotros mismos amamos la rutina. Que el trabajo nos ennoblece. Por eso, nos esforzamos en buscar el mejor viaje, dejar la casa ordenada, la colada hecha, el frigorífico desconectado, totalmente limpio, en aprovechar para hacer esas obras tan... tan ruidosas que enloquecerán a todos los vecinos del edificio, menos a nosotros, que, por supuesto, no estaremos.

 Y volveremos, aunque ni siquiera hayamos salido. Y es que, nadie podrá quitarnos las estrellas de nuestras noches veraniegas. Ni siquiera la aurora boreal cuando nos levantemos de madrugada para coger el autobús hasta el próximo destino sea una capital asiática o la fábrica más próxima.

Eva M. Miranda Herrero, Diario de Burgos Edición Ribera del Duero, 2006

Imagen: INTEF

Comentarios

  1. El título tan sugerente parece que iba a adentrarnos en la mágica noche de san Juan, pero no es así, nos traslada rápidamente a los ajetreos del verano, julio y agosto, para llegar a los "ires y venires " cotidianos de septiembre ( qué lenguaje tan creativo )

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    1. Gracias. Creo que eso lo aprendí de los mejores. Trapiello suele jugar al despiste con las fechas, en las comparaciones o en las imágenes que a veces evocan una estación dentro de otra.

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