Rh+
Su torso
revestido de oscuros tatuajes parecía haber salido de la nada. Pero, estaba
allí, sí, en medio de aquel campo dorado como su cabello. Te miraba fijamente
de un modo que no serías capaz de definir. Tal vez por eso te decidiste a
avanzar. Tal vez, aunque eso era algo que te desconcertaba. Daba vueltas con los
brazos extendidos en cruz. La franja de grecas grabadas por encima de sus codos
le confería el aspecto de un guerrero tribal en plena danza.
Recogiste algunas espigas que llevaste con sumo cuidado,
como si de un ramo de flores silvestres se tratara. La medalla de la Virgen de
las Viñas se balanceaba sobre tu jersey morado de lana pura. La cebada llegaba
por encima de la rodilla de tu pantalón verde de los fines de semana, pese a
que ya comenzaba a inclinarse sobre la tierra.
Intercambiabais unas cuantas frases que ahora no
recuerdas y que, por qué no decirlo, nunca recordarás. Cruzó sus brazos sobre
el pecho. Tenía las uñas pintadas de negro y unos extraños garabatos alrededor
de las muñecas. Sin embargo, lo que más llamó tu atención era la inscripción
“Rh+” grabada en la placa dorada que llevaba colgada del cuello.
A tus espaldas quedaba la luna entre los almendros.
Avanzabas con cierta dificultad entre la cebada mientras anochecía. El paisaje
parecía haberse convertido en una pintura de Friedrich. Subiendo la cuesta, la
visión de la espesura te estremecía. A lo lejos, más allá del precipicio unas
casas, unas gentes, unas calles... Unas calles desiertas, unas casas... Unas
casas a lo lejos... La visión de la espesura... Rh+... Un tatuaje del mapa de México
en su brazo… La oscuridad...
Avanzabas trémula por el estrecho pasillo. La ermita
estaba en penumbra. Los bancos de madera de ébano poblados de carcoma, hombres
y mujeres con sus túnicas y sus turbantes blanquecinos, un rostro femenino,
avejentado y embadurnado, asomaba, entre las sombras, con las orejas cargadas
de joyas bajo las arquerías mozárabes que rompían la austeridad sepulcral del
paramento... Avanzabas entonces, igual que avanzas al revivirlo ahora, hasta el
ábside sobre las losas visigodas. Alguien te observa desde el otro lado,
alguien que cree estar contemplándose a sí misma, alguien que contempla la
expresión de temor en tu gesto y se la apropia. Empiezas a intuir algo en el
ambiente que te causa desaliento. El novio lleva su pecho tatuado para la
ceremonia, te muestra la placa dorada con su “Rh+”. Aprisa, tienes que huir de
aquel extraño. Corres, tropiezas... Te alcanza. Posa sobre tu brazo sus negras
uñas. Forcejeáis. No sabes cómo consigues desasirte de su mano. Corres, huyes,
dejas atrás tu boda. Te persigue una caterva de invitados.
Avanzas con
cierta dificultad. Avanzabas con cierta dificultad por el pantano. El agua te
cubría hasta la cintura. Sentías la suavidad de las algas rozándote los
tobillos. Debías permanecer inmóvil mientras las gentes de las túnicas
caminaban sobre las aguas. No debían notar tu presencia. Inmóvil para estar a
salvo. Pasar desapercibida, sí, desapercibida entre las aguas.
Una legión
de túnicas y muertos trajeados iban, venían, se alejaban. Había, también, otras
personas con sus pies desnudos, de puntillas sobre los guijarros, cerca de la
orilla y dentro de las aguas, intentando camuflarse, simulando ser, como tú,
una estatua.
Alguien
abrió entonces los ojos. Alguien que estaba asustada. Alguien que te
contemplaba desde el otro lado, como viéndose a sí misma. Alguien que
encontraría, meses después, una placa con su “Rh+” en un campo de cebada.
[Eva M. Miranda Herrero, 2003]
Imagen: INTEF
Con ganas de que continúe este relato...
ResponderEliminarGracias, aunque lo veo difícil. Lo escribí en 2003 para una clase de Composición literaria en la que teníamos que escribir un texto a partir de un sueño...
EliminarUn relato un tanto surrealista, onírico, que sorprende y tiene su punto de suspense e intriga. Escenas de un gran dinamismo que efectivamente se espera que continúen. Me vienen a la memoria algunas leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer como "El rayo de luna".
ResponderEliminarEs onírico sí, por origen.
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