REFLEJOS DE UNA VENTANA


A mi abuela Rosario 

            Reflejos de una ventana a las siete menos cuarto de la tarde. Tras la ventana una cortina descorrida. Allí una imagen. Una mujer cosiendo al ras del ocaso. El dedal amortigua las puntadas, mientras la aguja se desliza raudo sobre la tela. En su leve movimiento las manos de la modista van dejando un rastro de hilo, convertido en huellas, de donde nacerán rosas clavadas sobre el hilván.  
            Y así caen las gotas de lluvia sobre el asfalto como leves y húmedos pespuntes de vida, de calma, de serenidad... como breves recuerdos fragmentados de otras primaveras ya lejanas que quisieron convertirse en tierra mojada, en ráfaga de viento, en procesión de Semana Santa.
            Es entonces cuando tal vez nos preguntamos quién puede parar las nubes, quién controlar cielo, tierra y mar. Y van desfilando los cofrades dejando una letanía de silencio al pasar. Su imagen proyectada en el cristal, da nuevos matices de luces y sombras a los tejidos de raso, a las cruces bordadas, a las coronas de espinas, a los corazones y dagas de cadeneta artesanal.
            Nadie piensa entonces en las costureras, en las tejedoras, en las que hilan en la soledad de una estancia vacía hasta el amanecer. Nadie piensa en las Penélopes de todos los tiempos, en las mujeres que esperan, que tejen, que hilan y deshilan el tapiz de la vida. Nadie piensa en los sastres y modistos igual que en ellas.
            Reflejos de una ventana a las ocho menos cuarto de la mañana. Una mujer desempolva un viejo bastidor. Se lo regaló su abuela al cumplir los seis. Recuerda como en la escuela los niños y las niñas aprendían a coser, haciendo cuadros de medio punto: barcos, cisnes, paisajes interminables, letras de un poema inacabado. Hace por lo menos veinte años ya. Esa fue quizás la única vez que creyó sentirse en completa paz. Nada que decir. Nada que pensar. Solos con las tijeras, la aguja, el hilo y el dedal.
            ¿Quién bordará las capas de los cofrades? ¿Quién derramará su amor sobre las telas? ¿Quién acompañará el lento caminar de los pasos? ¿Quién vestirá las carrozas de flores de guirnaldas? ¿Quién esperará tras el son de los tambores y de las cornetas?
            A la luz de las farolas, de las antorchas y de las velas ningún capuchón es igual. Cada traje lleva su historia familiar, un antiguo compromiso, una responsabilidad. La labor y el cariño de alguien que siempre está ahí pendiente de los demás. Siglo tras siglo. Generación tras generación. ¿Qué fue de las antiquísimas ruecas?¿Quién recuerda a las viejas hilanderas?

[Diario de Burgos, 2008, Eva María Miranda Herrero]



Comentarios

  1. Homenaje merecido y cariñoso a una modista y a todas las personas que se dedican a este arte de coser y bordar tan querido y familiar para los que hemos crecido y disfrutado con su presencia.
    De fondo, una vez más, la autora nos ofrece ese singular espectáculo procesional con todos sus elementos: cofrades, carrozas, música, luces...
    Destacaría dos imágenes por su gran plasticidad: " Caen las gotas de lluvia sobre el asfalto como leves y húmedos pespuntes de vida..." y " Van desfilando los cofrades dejando una letanía de silencio". Un regalo.

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