OJOS DE CORDERO
A
veces nos sentimos extraños en nuestro propio mundo. Sentimos el absurdo de una
muerte violenta. Sentimos el dolor, la rabia y la impotencia... Sentimos que
algo, que la vida, se nos escapa lentamente de las manos...
Otras
veces, parece que la vida nos sonríe, que nos muestra sus encantos. Y creemos
que somos algo así como elegidos, como estrellas que resplandecen en el fulgor
de su alegría.
Y
nos gusta disfrutar desde nuestra orilla apacible de los pequeños placeres y
detenernos en saborear cada momento, en paladear cada instante, en conquistar
un mundo de sabores y de anhelos que nos recuerdan... que nos hacen olvidar...
El
tiempo parece detenerse. Y a fuego lento en el viejo horno de leña van
tostándose nuestras preocupaciones, nuestros desvelos... El fuego todo lo
purifica. Y la carne tierna de un lechazo churro se deshará fácilmente en
nuestros labios.
Sentiremos
entonces algo así como una vieja nostalgia... Un deseo, de sentarnos todos
juntos a la mesa, de compartir el pan y las palabras, de escuchar al otro, de
mirarnos a los ojos, mientras el cristal de las copas en el brindis se refleja
en nuestras pupilas. Porque solo una fuente de barro puede conservar el calor
de los manjares. Porque solo al calor de la familia y de los amigos crece
nuestra felicidad en medio de este tiempo revuelto...
Todo
tendrá aroma a fiesta, a tiempo derretido muy despacio en nuestra lengua.
Nuestros ojos serán ojos de cordero al mirarnos. Nuestros hijos, nuestros
padres... todos podremos degustar el silencio y la palabra para darle forma de
alimento al diálogo.
Así,
todo se transformará en griterío para acabar retornando a la inocencia...
Puede
que este sea nuestro alto en el camino, una etapa del día que nadie podrá
robarnos... Tal vez, tras un largo viaje sintamos la necesidad de la comida.
Después la sobremesa dará alas a nuestra risa, a nuestras voces unidas
entonando una canción de la tierra para terminar nuestra jornada con las manos
convertidas en aplauso, bailando una canción antigua o nueva...
Y
no querremos marcharnos de allí nunca, atrapados como Ulises en una isla de
belleza. Quizás nos costará retornar a los quehaceres cotidianos, quizás
habremos recobrado, ya las fuerzas. Pero siempre quedará en nuestro paladar
aquel sabor a lechazo asado, acompañado del vino de la tierra, aquel olor que
impregnaba el aire de la estancia, aquella música risueña... Y marzo pasará
ante nuestros ojos sin pensar en los días por llegar.
[Eva María Miranda
Herrero, Diario de Burgos Edición de la Ribera, 2007]
Imagen: Wikipedia
Cuando hemos terminado de leer este texto, nos ha quedado como un agradable regusto de haber saboreado un tierno trozo de ese lechazo churro, asado en horno de leña, tan apreciado en estas tierras castellanas. Y más ,si lo hemos compartido en familia, el recuerdo será difícil de olvidar porque nos ha atrapado su olor y sabor con una nostalgia ha quedado muy bien caracterizada en menos de una línea: "todo tendrá aroma a fiesta, a tiempo derretido muy despacio en nuestra lengua".
ResponderEliminarLa verdad es que este no es precisamente mi tema favorito. Pero la comida como motivo en la literatura española cuenta con una larga tradición
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