SAN MIGUEL EL PAGADOR


  Contemplo mi huerto. La fruta recién cogida, las últimas verduras, la tierra cosechada... Pasa un tractor. El aire huele a cebolla fresca. La uva, ya madura, nos invita a la vendimia como antaño. Las tierras abren sus surcos a la esperanza. Es la rutina de la vida. Rutina, sí, pero exenta de cualquier tipo de desencanto. Los aperos de labranza convertidos ahora en una grande e inmensa maquinaria devuelven la sonrisa a los agricultores.  Y, ¿por qué no? a cada uno de nosotros al pasear por el mercado de la Plaza Mayor el sábado por la mañana y encontrarnos la misma Aranda de siempre llena de hortalizas, de flores y geranios, entre puestos de ropa, alfarería o cestas de mimbre. Porque sabemos que la vida siempre nos devuelve la mirada, aún cuando no confiamos en que la cosecha será generosa. Es el eterno retorno, que decían los libros de filosofía. Un retorno que antes se basaba en la piedra angular de la palabra dada. Cuando los fonemas aún valían algo y los pequeños labradores recordaban sus promesas de mayo y se les iluminaban los ojos soñando con las nuevas siembras. Otras veces, se les inundaban de lágrimas las mejillas al subastar una pequeña tierra para pasar el invierno. Pero en octubre que lejos quedaba ya San Miguel “El tramposo”. 

Lo cierto es que ahora salgo a la terraza de mi casa. Al regar los tiestos observó detenidamente los coches aparcados en la calle. Aún puedo leer los números de las matrículas, los carteles de se vende piso en la zona. Sobre el asfalto caen algunas gotas que resbalan desde mi balcón mientras la tarde lo envuelve todo. Las últimas flores me recuerdan que el otoño poco a poco se va adueñando del paisaje. Aunque en este tiempo loco no sabemos que ropa sacar del armario para ponernos.

Contemplo las ventanas con las luces encendidas. Otras apagadas pues algunos vecinos se han acercado a animar al equipo de balonmano. Quedan pocas persianas levantadas. Abro la boca. Tímidamente bostezo. Las primeras farolas iluminan los edificios recortados en la noche que se abre. Y por fin descubro que en esa maceta iluminada por la luz de mi cuarto ha nacido una nueva planta de pimientos verdes. Recojo así sus frutos.

Me siento realmente grande. Como si hubiese conseguido traer a mi balcón la alegría de las buenas cosechas. Elevo la mirada. Allí arriba sobre las estanterías parece mudar el rostro. Subido en su nube de alabastro junto a dos candelabros de mis abuelos, su imagen preside este momento. San Miguel el pagador, sin duda alguna ha vuelto.

[Diario de Burgos 2007]
Imagen: Carlos Alonso Salazar

Comentarios

  1. El protagonismo de este texto parece ser la luz, la mirada, los ojos con los que vemos todo lo que nos rodea.
    La luz de la esperanza de los labradores que sueñan con nuevas cosechas.
    La iluminación en la noche tranquila que acompaña la interpretación de un otoño que comienza.
    La mirada contemplativa de un san Miguel que preside la vida que pasa año tras año.
    Un homenaje a este arcángel cuya fiesta celebramos esta semana en muchos pueblos y parroquias.

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