VIAJE AL INTERIOR DE UNA SONRISA

Una lágrima se deslizaba suavemente por su rostro. Casi en un gesto inefable, un destello nacía de sus ojos oscuros y profundos. Después, basto una leve contracción para esbozar con sus labios rojizos un rictus de alegría contenida. Una sonrisa había venido al mundo.
Nadie supo entonces qué hacer: tender una mano amiga, abrazarla, recibirla con unas palabras de felicitación, de enhorabuena. Tal vez, lo más sencillo sería contemplarla para inmediatamente después ejecutar la complicada maniobra de rescatarla del olvido mediante una fotografía en sepia, un boceto a carboncillo, una escultura en piedra... Sin embargo, solo hay algo que sé puede hacer ante una sonrisa. Y, ese algo es el sencillo gesto de devolverla, de hacerla propia, de compartir ese momento de felicidad, dejarse llevar por la empatía y alegrarse de un modo natural, primitivo y sincero por el otro. 
Así en nuestro periplo diario por el mundo que nos rodea realizamos pequeñas incursiones en la dicha, en la plenitud de las pequeñas cosas.
¿Quién dijo que la felicidad existe? ¿No es tan solo una palabra al borde de unos labios que besan, que ríen, que buscan, que esperan,.. que saborean la utopía de un mundo en paz?
¿Quién dijo que la felicidad no existe? ¿Son felices las gotas de lluvia que caen lentas sobre la tierra? ¿Son felices los granos de arena en las ráfagas del viento? ¿Son felices los astros encendidos y los frutos que pueblan campos y ciudades? Tal vez no lo sean, pero hacen felices a alguien.
Por eso, me gustan las sonrisas. No tienen edad, o mejor dicho, las hay de todas las edades. Todas ellas son únicas y exclusivas, a la par que mágicas, espirituales, bellas. Aparecen de forma imprevisible, incluso casi, casi, a veces, de un modo inexplicable. Las hay misteriosas como la famosa sonrisa de la Gioconda. Radiantes como las que nos dedican nuestros seres queridos. Amistosas, fugaces, increíbles, eternas, fabulosas, de cine, tímidas, resueltas... 
Sin embargo, también las hay falsas, peligrosas o incluso terroríficas. Son sonrisas solitarias que nacen de una frustración interna, porque no llevan implícitas el auténtico sentimiento de gozo. Son sonrisas incompletas, porque no  nos iluminan, ni provocan en nosotros el deseo de tenerlas, ni de compartirlas... En el fondo nos dan pena. Como dice  un viejo proverbio: “Sonríe aunque sólo sea una sonrisa triste, porque más triste que la sonrisa triste, es la tristeza de no saber sonreír”.
Podríamos citar en este sentido, artistas, literatos, políticos, personajes de todas las épocas y lugares que reflexionan sobre la sonrisa y todo lo que conlleva. De hecho, hasta los científicos se han lanzado a la carrera de explicar fisiológicamente que elementos intervienen en el organismo como causantes de la sonrisa, al igual que ya buscasen sus causas los psicólogos, sus significados los lingüistas, provocarlas los cómicos o alabarlas los poetas. Lo cierto es que en muchos de estos casos tras la reflexión y el estudio se encuentra un anhelo: el modo de alcanzar la fuente de la felicidad tras la estela que deja en la sonrisa. Una cuestión, esta, aún más profunda y polémica. 
Así que, estimado lector, si has llegado en tu lectura hasta aquí solo voy a pedirte una cosa: que desde el asiento en el que te halles leyendo este artículo, levantes ligeramente la cabeza y le dediques una sonrisa a la persona que tengas más cerca.
[Eva María Miranda Herrero, Centro histórico, 2008]

Detalle de un cuadro de Eduardo Helguera

Comentarios

  1. Una admirable reflexión filosófica sobre ese gesto universal tan sencillo y empático como es la sonrisa.Nos asombra la recreación de los distintos tipos con un amplio despliegue de adjetivos sobre el poder y transcendencia que puede tener. Todo ello acompañado de una maravillosa y sugerente ilustración.

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    1. La ilustración es una joya, un detalle de óleo. Pertenece a un cuadro de Eduardo Helguera

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