MIENTRAS LA PIEL NO ENCUENTRA SU MOMENTO
Cae la lluvia como si fuera un desafío.
Como si solo hubiera penumbra
y no pudiéramos recordar
el rumbo enardecido
de las olas.
Como si no hubiera más sueños
que el agua mojada.
Pero la tierra
arde en
sus entrañas
y no podemos dejar pasar
la oportunidad de recuperar
los valles
que perdimos,
las montañas que erosionamos
los bosques que talamos
las aguas que contaminamos.
Por querer ser aire,
por querer ser los dioses
que adoramos,
en las noches ancestrales,
por querer ser los soles
que se alejan en el aire,
por querer aprehender la muerte
reflejada en nuestros labios,
atrapada en los cauces
borrados
de la vida.
Y es ahora cuando mejor
podemos batir las alas en la arena.
Pues las dunas me recuerdan…
Nos recuerdan…
Las batallas que perdimos,
las soledades que ganamos.
Su imagen va girando lenta.
Se acuna entre las olas,
como una rueda de la fortuna
pintada al óleo,
girando en mitad de esta guerra,
cayendo sobre los plásticos derrotados
que abandonamos.
Y es entonces
cuando el aire va sembrando
el desconcierto
en las aguas distantes
de este abrazo.
Que no llega…
Que no viene…
Que no trae nunca
sino el color de las sombrillas
que se apagan
entre los corales extinguidos
de la noche
como estrellas descoloridas
que no alcanzarán el aire,
ni la lluvia fría
resbalando
sobre todo
lo que no quisimos,
todo lo que apostamos
todo lo que no cumplimos
y entregamos a estas caracolas
ya tan vacías,
ya tan llenas de salitre.
Y rozar levemente con las manos
la fotografía de las rocas
que se alejan.
Mientras la piel no encuentra su momento
ardiendo entre las brumas.
Dime entonces por qué
nos dejamos arrastrar por la marea:
por todo
lo que tuvimos,
por todo lo que quisimos,
aquello que desperdiciamos,
todo lo que nunca jamás necesitamos.
Todo lo que el mar nos devolverá mañana.
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