CARICATURA DE UN DESASTRE

 Words, words, words.

William Shakespeare

Mientras avanzaba por el pasillo central de aquel pequeño teatro de pueblo, recordaba las arenas del desierto que hacía tan solo tres semanas había dejado atrás, las casas derruidas y la angustia en los ojos de las víctimas de la Guerra del Golfo. Lo cierto era que a mis cuarenta y cinco años había visto todo tipo de atrocidades. Por eso, la nueva escena que presenciaba era, para mí, tan solo una caricatura del desastre. Ni muertos ni heridos. En los alrededores solo había un par de jovencitas desmayadas, unos cuantos padres desquiciados y unas cuántas madres histéricas, familiares que se habían acercado preocupados por sus hijos, Hamlet y un grupo de actores peluca en mano, Cruz Roja, los bomberos, el detenido, la policía acordonando la zona... 

Fui el primer periodista en llegar, el primero en colarme dentro, el primero en pasearme entre las filas abandonadas de los asientos. Estaba de vacaciones y me había dejado convencer para cubrir aquella noticia ante la falta de personal en el periódico para el que trabajaba. Sería como en los viejos tiempos. Algo fácil sin demasiados problemas...

Y, allí estaba. En medio de aquel desorden escuché su llanto. Había una joven temblorosa, acurrucada en el suelo, llorando. Me acerqué a ella con cuidado, para no asustarle. Intenté hacerle comprender que todo había pasado, que el secuestrador, un pobre loco con el síndrome de Diógenes, había sido detenido en cuanto se le acabaron las balas. No era un hombre peligroso. Su único antecedente penal era el robo de una bicicleta, por el que había sido perseguido, un mes antes, por tres coches de policía: uno de los Nacionales, otro de la Guardia Civil y otro de los Municipales. 


Pero la joven parecía no escucharme. No paraba de llorar. Me pareció que estaba hablando entre dientes. Solo pude entender un: “La quiere a ella”. Entonces le tendí un pañuelo y le pregunté su nombre y el motivo por el que estaba así. Se llamaba África. Al parecer había ido esa tarde al teatro con los compañeros de clase. Durante la representación estaba sentada junto a su novio, de quien estaba profundamente enamorada. Cuando aquel perturbado irrumpió en el escenario, África creyó como el resto de los espectadores que era una broma de los actores, algo así como una adaptación moderna de Hamlet. Pero, las cosas empezaron a complicarse. El hombre sacó un viejo rifle y empezó a disparar al aire. Obligó a los actores a bajar del escenario al patio de butacas. Tiró unos cuantos petardos, arremetió contra el decorado y pidió como rescate un tren eléctrico de los de antes y una nave espacial que le llevase a la luna. Tras seis horas sin el menor movimiento, hizo a todo el mundo levantarse de los asientos y la emprendió a tiros con las butacas. 


Fue entonces cuando la joven sintió realmente miedo. Su novio la había dejado sola. Le buscó con la mirada entre un mare magnum de gente. Estaba abrazando a otra chica. En un principio pensó que, tal vez, solo estaba intentando tranquilizar a su nueva amiga. Sus explicaciones se vinieron abajo cuando le vio besándola. La había engañado. La había hecho creer en algo que no existía. Todo había sido una especie de sueño. Y, que tuviera que descubrirlo dos semanas antes de terminar su segundo curso de bachillerato, así, de esa forma tan absurda en medio del desconcierto que reinaba en la sala por culpa de aquel tipo disfrazado con una careta de Elvis Presley, al que se le había ocurrido secuestrar un teatro perdido en una pequeña localidad zamorana. 


Intenté hacerla comprender que era joven. No debía preocuparse por nimiedades. Tenía toda una larga vida por delante. Había cosas mucho peores. Sin embargo, yo mismo, Alfonso Garrido Cabezón, era consciente de que en ese instante el resto de la tierra no tenía para ella importancia alguna. Pues también he pasado por los dieciséis años. Lo único que podía hacer era ofrecerle mi pañuelo, contarle un par de chistes malos y dejar que el tiempo le enseñase a convertir todo aquello en la pequeña caricatura de un pequeño desastre.


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