Había oído hablar de un hombre con siete pies y diez cabezas que vivía en un país muy lejano en las tierras del sur, y de una extraña mujer que bailaba sobre las copas de los álamos cantores mientras la lluvia de agosto caía lentamente. Una tarde de noviembre vinieron a visitarme ambos. Se presentaron en mi casa, a orillas del Lago Negro, sin tiempo casi de que pudiera prepararles la cena, y me contaron esta historia. No es una historia elegante ni novedosa, pero al parecer la encontraron el día mil doscientos tres del año catorce del mes de febrero en una tablilla olvidada en Tulticia, lo que la confiere gran valor documental. Desde entonces, andaban errantes buscándome por el mundo. Digo esto porque traían los ojos cubiertos de arena y ceniza y el pelo lleno de escarcha, no por otra cosa. Sea como fuere, el caso es que un día el viento del Norte les condujo hasta mi casa. Llamaron a la puerta. Entraron. Se sentaron, sin pedir permiso, en mi diván favorito, que estaba lleno de p...
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