San Blas y Santa Águeda

 Ni siquiera sé como empezar este artículo...porque no sería la primera vez ni la última en que las palabras fallan, porque se convierten en máscaras tras las que ocultar lo que somos: nuestras inquietudes, nuestros miedos... todo lo que quisimos ser y nunca fuimos. Máscaras entre las brumas, que caen desde los tejados, dejando allí en lo alto los nidos de unas cigüeñas que nunca emigran, que ya no llegan, porque no desean volar, porque han olvidado sus sueños vestidas de carnaval.

Lo cierto, es que con tal frecuencia disfrazamos nuestras esperanzas, nuestras ilusiones..., probablemente más de las que somos conscientes.  Nos engañamos tantas veces a lo largo del día. Así llegan compromisos a los que no supimos negarnos, alabanzas que sonaban a excusa, olvidos y quebraderos de cabeza que intentamos esconder bajo el ala rota de las vanidades.

No somos nada, y si somos puede que todo sea solo la fugaz apariencia de un desfile carnavalesco en donde emulamos nuestros recuerdos infantiles: esas monjas de la escuela antigua con sus mapas, sus pizarras y sus largas reglas de madera; los piratas de las películas que vimos o que soñamos; los pavos reales que no perseguimos en los jardines imaginarios de las largas tardes en El Barriles...

Los hombres se disfrazan de mujeres y las mujeres de hombres en un juego inefable, donde la igualdad de derechos y libertades queda relegado por el entusiasmo ante lo desconocido, ante el deseo de meterse en la piel del otro, de saber qué es lo que se siente por un día o por una noche al cambiar la vestimenta. ¿Cambian, sin embargo, las intenciones? ¿Podemos desprendernos de nuestros prejuicios, de todo aquello que no decimos?

Falta poco, ya, para Santa Águeda, y ninguno de nosotros sabrá muy bien que es lo que se celebra: el hecho de ser mujer, de haber nacido en un mundo de hombres... Juegos tradicionales, comidas, cenas,.. Al fin y al cabo, una tarde libre para perderse para recordar aquellos tiempos en los que solo por un día los hombres cocinaban, las mujeres tomaban la iniciativa prestada en cualquier parte. Podrían invitar a los hombres a bailar sin esperarles sentadas y aburridas.

El mundo ha cambiado tanto desde entonces (al menos en las formas). Son tan diferentes las costumbres... No obstante, las mujeres siguen pensando de una manera alegre y festiva que es su día, un día sin dolores y sin víctimas. Un día en el que celebrar, como tantos otros simplemente la vida.


Eva María Miranda Herrero Diario de Burgos Edición de la Ribera, 2008


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