Tiempo de mudanza

     No sé que puedo perder. Es tarde. Me gustaría creer en cuentos de hadas, en mágicas historias con final feliz, pero no puedo. No quiero ver la luna más allá de los cristales de esta estancia, ya vacía. Los muebles, los objetos personales, todos los recuerdos que quise llevar conmigo... Es tiempo de mudanza y el camino se abre lentamente, y todo se hace más pesado. Por eso, siento la pereza de quién anhela detener cada instante y contemplar la belleza de estas calles torcidas, los tejados sombríos, las chimeneas humeantes...

Sé, sin embargo, que los cambios nunca son en balde, que el futuro trae su brizna de aire fresco y que, así, al respirar, una inmensa alegría va poco a poco dejando atrás la nostalgia. Y, supongo que la vida continúa más allá de esos segundos efímeros (eternos a la vez), de este antiguo espacio, aunque yo no pueda evitar perderme en los detalles de los embalajes, en las tazas de café a medio envolver sobre la encimera. Es tan difícil recibir con los brazos abiertos un mundo lleno de sensaciones, cuando se dejan atrás también tantas, tantísimas cosas buenas. Es el sabor agridulce de los tiempos de mudanza, porque nos gusta aferrarnos al pasado, aun sabiendo que nos espera, por fin, la emoción del deseo cumplido: hemos llegado a la meta. 

Es tarde. Cierras la puerta. El coche se pone en marcha. El sonido del motor deja una huella profunda en el alma mientras se aleja. Todo recto. A la izquierda. A la derecha. Una caja, otra caja. Aquí una maleta. Allá cierto olor a frasco de champú de áloe vera vertiéndose sobre la moqueta. Un pasillo, un ascensor. Una sonrisa en el portal a la esperanza. El clic metálico de una llave abriendo para siempre la vida que nos apremia en las habitaciones contiguas de la nueva casa.

Repentinamente, la euforia se apodera de nosotros, y se borra de un plumazo la tristeza.

No sé que puedo ganar. Es pronto. Y sí, no me gustaría creer en los cuentos de hadas, en mágicas historias con un final feliz, pero, lo cierto, es que siempre he creído en ellas. En mitad del caos, de este mundo tan cambiante, siempre he creído encontrar un lugar para el reposo, donde dejar que me llevaran mis pasos, camino de un profundo sentimiento de paz, de calma; porque al final del trayecto solo importa poder cerrar los ojos y dejar que nos invada la armonía de saber que nos aman y que amamos a los que nos rodean.

Porque, al final de cada año, sean tiempos de crisis, o años de bonanza, lo que nos salva de la derrota es el saber que al llegar a casa, al terminar nuestra jornada, hay alguien a quién le importamos, incluso en tiempos de mudanza.

                                                                                      Eva María Miranda Herrero, Diario de Burgos Edición de la Ribera, 2008

Foto: Carlos Alonso



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