Cosas nuestras

Era la primera vez que pronunciaba aquella frase que tantas y tantas veces había escuchado en los labios ajenos. Siendo una chiquilla pensaba que ese par de palabras dotaba a los adultos de una autoridad que ella no alcanzaba muy bien a comprender, pero que aceptaba de un modo casi intuitivo. Tras ese sintagma de función indeterminada se ocultaba una realidad inexplorada de la que se veía excluida. Con el paso de los años había aprendido a identificar aquellos fonemas con una especie de tabú mágico y misterioso asociado, unas veces, a una complicidad íntima entre dos personas, y, otras, a un dolor indescriptible. Solía recordar un día de lluvia en el que un joven alto y apuesto se ofreció a acompañarla a casa, pese a la prohibición paterna de hablar con desconocidos. Rememoraba su primer beso exento de toda malicia, la sensación de sentirse protegida de todo mal, la ilusión con que se tomaban una taza de café a la sali...