La emoción de lo desconocido
Hoy he creído que era tarde. Tarde para cambiar. Tarde para dejar la mirada perdida en la inmensidad del cielo. Pero tarde es solo una palabra que se desvanece entre nuestros labios, lentamente, demasiado pronto al anochecer. Y me he preguntado por qué debería dejarme llevar por la derrota de una juventud que se adentra en las lagunas la memoria cuando existe a mi alrededor tanta, tantísima belleza. He recordado mi ya casi olvidada adolescencia y he pensado en aquellos meses de agosto en los que creía que el verano no terminaría nunca. Nos recreábamos en cada rayo de luz, en cada ráfaga de brisa entre los árboles. Sí, éramos inmortales y los días parecían no agotarse nunca. El mundo ante nuestros ojos: a veces demasiado grande, a veces demasiado pequeño ¿Cómo encontrar el camino? ¿Cómo recorrer todas las distancias en la oscuridad de la noche? Una pequeña ciudad como Aranda albergaba todo lo que necesitábamos. Todo lo que soñábamos. Más allá el abismo ...